
Mientras el Gobierno la exhibe como ejemplo de cine sin subsidios, se confirmó que también recibió fondos públicos. El doble discurso quedó expuesto.
Durante semanas se repitió como un mantra que la nueva película de Guillermo Francella era “el ejemplo perfecto” de cómo se podía hacer cine en la Argentina sin depender de la plata del Estado. Milei y su séquito la levantaron como bandera de independencia cultural, un triunfo del mercado frente al “cine subsidiado que nadie quiere ver”. Pero la burbuja duró poco: Homo Argentum también recibió fondos públicos. Sí, con la nuestra.

El subsidio llegó a través del programa BA Producción Internacional del gobierno porteño, que reintegra parte de los gastos de rodaje a cambio de filmar en la Ciudad de Buenos Aires. En este caso, la cifra fue millonaria. O sea que, mientras en los discursos libertarios se condena a los artistas por “vivir del Estado”, cuando se trata de un producto funcional a la propaganda oficialista, la billetera pública aparece sin problemas.

El doble discurso es tan grosero como evidente: Milei ataca a la industria cultural llamándola parásita, pero aplaude cuando sus actores favoritos se financian con fondos del Estado. Francella, por su parte, encarna en la ficción al arquetipo del argentino chanta, y fuera de cámara tampoco parece hacerle asco a recibir dinero público. El relato de “no usamos subsidios” es pura actuación.
La contradicción es monumental. No es que esté mal que el cine reciba apoyo estatal —al contrario, es necesario—, lo cínico es gritar a los cuatro vientos que se acabó la plata para la cultura y después extender la mano cuando conviene. Mientras tanto, millones de trabajadores y artistas independientes ven cómo se desfinancia el INCAA y se recortan programas de fomento. La película de Francella queda como el mejor ejemplo del doble estándar: ellos dicen que no, pero cuando se trata de cobrar, ahí sí… con la nuestra.
