Cristina Fernández de Kirchner volvió a irrumpir en el debate económico con un mensaje que incomodó fuerte al Gobierno de Javier Milei. A partir del último dato oficial del INDEC —que informó una inflación del 2,5% en noviembre— la ex presidenta puso el foco en una comparación que deja al descubierto las contradicciones del “plan” libertario.
Cristina recordó que ese número llega después del ajuste más brutal del que se tenga memoria: salarios pulverizados, jubilaciones licuadas, obra pública paralizada, provincias desfinanciadas, consumo en caída libre y un tendal de fábricas y comercios cerrando. Todo eso, además, con un nuevo endeudamiento de 20 mil millones de dólares con el FMI, más deuda tomada por Toto Caputo y el respaldo explícito de Donald Trump.
Frente a ese escenario, la pregunta fue directa y filosa: ¿en serio que todo marcha de acuerdo al plan?Pero el núcleo del mensaje estuvo en la comparación histórica. Cristina recordó que en noviembre de 2015, cuando los mismos economistas y dirigentes que hoy orbitan alrededor de Milei agitaban el famoso “IPC Congreso”, la inflación que denunciaban era más baja que la actual. Y eso ocurría —remarcó— sin deuda con el Fondo Monetario Internacional, luego de haber pagado compromisos heredados y sin aplicar ningún ajuste salvaje.
La ex mandataria contrastó ambos modelos con una enumeración que pesa más que cualquier gráfico: salarios y jubilaciones entre las más altas de América Latina, computadoras para estudiantes secundarios, medicamentos gratuitos para jubilados, políticas activas para personas con discapacidad, inversión científica y hasta satélites argentinos en el espacio. Todo eso, con una inflación menor a la que hoy celebra el oficialismo.
El mensaje no fue solo económico, sino político y simbólico. Cristina apuntó contra los “impresentables de siempre”, los mismos que ayer usaban índices alternativos para desgastar gobiernos populares y hoy justifican un ajuste sin precedentes mientras festejan números que esconden una realidad social cada vez más deteriorada.
Diez años después, la comparación quedó planteada sin vueltas: menos derechos, más deuda y una inflación que ni siquiera logra ser más baja que la de un país sin ajuste ni FMI. Y la pregunta final queda flotando, incómoda, para un Gobierno que promete futuro mientras destruye el presente.
