No fue un dirigente, no fue un panelista ni un economista de televisión. Fue un tipo cualquiera, megáfono en mano y bronca acumulada, caminando por la Capital y diciendo en voz alta lo que muchos piensan pero pocos se animan a gritar.
“Antes pagaba 300 pesos el litro de nafta, ahora lo pago 1.500…”, arranca el descargo. Y enseguida se termina la diplomacia: insultos directos, puteadas sin filtro y un mensaje clarísimo apuntado a quienes bancaron el ajuste. Nada de eufemismos, nada de relato: números simples, cotidianos, de los que duelen en el bolsillo.
El hombre recorrió calles céntricas gritando verdades con un megáfono, mientras peatones miraban, algunos se reían, otros asentían en silencio y varios grababan con el celular. El video no tardó en viralizarse y se transformó en un símbolo del hartazgo que empieza a respirarse en la calle, lejos de los gráficos de colores y los discursos optimistas.
Las redes hicieron el resto. Miles de compartidos, comentarios celebrando al “chad del megáfono” y una frase que se repite: “no es odio, son precios”. Porque cuando la nafta, la comida y los servicios se disparan, el discurso se cae solo y la bronca encuentra micrófono propio.
No fue un escrache organizado ni una protesta formal. Fue algo peor para el gobierno: sentido común amplificado.
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