Mientras Axel Kicillof intentaba ponerle palabras a la derrota de Fuerza Patria, las cámaras enfocaron un rostro que decía más que mil discursos. Máximo Kirchner, sentado a pocos metros del gobernador, no pudo ocultar sus gestos: miradas cruzadas, cejas arqueadas y una sonrisa que parecía contener algo más que incomodidad. Nadie entendía si era ironía, bronca o un pase de factura silencioso. Pero lo que sí quedó claro es que las caras de Máximo hablaron más fuerte que las palabras de Kicillof.
El clima en el escenario era tenso, y cada gesto del diputado sumaba un nuevo capítulo al misterio interno del peronismo bonaerense. Algunos lo leyeron como desaprobación, otros como resignación. Pero todos coincidieron en algo: fue imposible no mirar a Máximo. Y cuando el gobernador cerró su discurso, su semblante fue tan enigmático como la derrota que acababan de sufrir.
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