Rolando Graña arrancó su editorial como quien destapa una olla que viene hirviendo hace rato. No se guardó ni media: apuntó directo al corazón del quilombo en la ANDIS, donde la guita destinada a la gente más vulnerable terminó manoseada por los mismos que dicen defender la libertad. Graña pintó el cuadro con esa frialdad que incomoda, mostrando cómo el gobierno intentó esconder la mugre abajo de la alfombra mientras repetía slogans vacíos para la tribuna.
A medida que avanzaba, el clima en el estudio se puso espeso. Graña empezó a detallar maniobras, silencios raros y movimientos que huelen peor que una olla tapada hace días. Su tono fue un cross en la mandíbula del oficialismo: cada dato que tiraba dejaba pagando a un gobierno que se jacta de la transparencia pero no puede explicar ni la mitad de lo que pasó en la ANDIS. La editorial fue un baldazo de realidad, de esos que dejan mareando a todos en la Rosada.
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