
Ayer, en plena marcha contra el veto a la ley de emergencia para personas con discapacidad, Mariel enfrentó con firmeza al periodista Esteban Trebucq. Lo atendió en vivo, sin miedo y con argumentos. La escena se hizo viral. Pero Trebucq, lejos de aprender, la invitó a su programa pensando que en su terreno iba a recuperar el control. Error.
Porque esta vez Mariel lo atendió a domicilio.
Con la misma claridad y el mismo coraje, lo dejó sin respuestas frente a su propia audiencia. Cuando Trebucq intentó repetir la chicana de siempre —que todo esto se estaba “politizando”—, Mariel no dudó: hacer política es tomar decisiones, y este gobierno decidió ajustar a los más vulnerables.
No necesitó levantar la voz. No necesitó gritar. Solo dijo la verdad. Y eso bastó para que al periodista oficialista se le borrara la sonrisa en cámara. Quedó descolocado, incómodo, tragando seco. El golpe no fue personal: fue colectivo. Porque Mariel habló por miles de familias que hoy están siendo castigadas por un Estado que les da la espalda.
Y lo mejor: lo hizo en el terreno del propio Trebucq. Frente a sus cámaras. Frente a su guion. Frente a su cinismo. Esta vez, el periodismo servil no pudo tapar el ajuste con palabras.